Y por fin… ¡el fin del mundo!

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No estaba en mis planes conocer la capital argentina. Por aquellos tiempos estábamos a 40 °C grados al sol, y llevaba un retraso de tres meses sobre mi previsión para llegar a la Patagonia en verano. ¡Al menos tenía que intentar llegar en otoño! Así que después de cruzar el famoso Río de la Plata desde Sacramento de Colonia, me dirigí raudo y directo a la imponente estación de tren de la Plaza de la Constitución para subirme en el primer tren que saliera (escapara) de Buenos Aires. ¡Una hora después de llegar a la capital ya me estaba yendo! ¡Algún día volveré!

El tren me alejó unos 70 km del centro de Buenos Aires, y aunque no conocía la ruta me sentí lo suficientemente seguro para pedalear tranquilo. Empecé a pedalear en Cañuelas, una localidad al suroeste, y avancé poco a poco y con mucha precaución. Largas filas de camiones se dirigían hacia la capital y el arcén (o banquina, como le llaman aquí) muchas veces desaparecía, lo que me obligaba a compartir carretera con el resto de vehículos.

Tránsito de camiones en la ruta Nacional 3.

Sabía que Argentina iba a ser el comienzo de muchos encuentros con cicloturistas que se dirigían, o volvían, hacia una de las rutas ciclistas más famosas del mundo, la carretera Austral. La segunda jornada en territorio argentino decidí hacer noche en el Camping Las Flores, situado en el pueblo con el que compartía nombre. Allí conocí a Juan, un viajero de Buenos Aires que se dirigía a Tandil con su bicicleta. Decidimos unirnos para al día siguiente pedalear y luchar juntos contra los camiones.

Al día siguiente, en Rauch, ya a unos 300 km de Buenos Aires, buscamos un lugar para dormir y terminamos en una casa propiedad del ayuntamiento donde, ¡oh, sorpresa, nos encontramos a tres cicloturistas más: Iván, Alan y Lihue. Ninguno de los tres tenía muy clara la ruta que iba a seguir en los próximos días, así que les pareció una buena idea unirse hasta Tandil con nosotros.

En la casa del ayuntamiento de Rauch, preparando el equipo para partir al día siguiente.

Llevaba casi un año pedaleando la mayor parte del tiempo en solitario. Y en mi tercer día en Argentina ¡ya estaba pedaleando con cuatro cicloturistas más! Compartir experiencias, aprender trucos, recetas riquísimas, reírse escuchando y contando anécdotas, conocer los miedos y la ilusión de los demás compañeras fue algo reconfortante. Es divertido descubrir cómo cada uno de nosotros vive la aventura cicloturista a su manera, con sus manías, sus placeres, sus «obligaciones» y, sobre todo, sus ganas de disfrutar de la libertad.

En grupo, el calor se pasa mejor.

En Tandil me esperaba Iñaki, un cicloviajero que viajó por África en bicicleta y me asesoró durante mi recorrido por ese fascinante continente. Recordamos historias vividas mientras coincidimos en la grandeza del continente negro, compartimos milanesas y… ¡la famosa picada tandilesa! Iñaki se portó de lujo conmigo: me dejó alojarme en una cabaña en la sierra en la que pude desconectar y recargar pilas para lo que venía: llegar a Ushuaia, ¡el fin del mundo! Era febrero y me encontraba en el Norte de Argentina. Más de 3.000 kilómetros me separaban de Ushuaia, y según mis previsiones iniciales, ¡llevaba cuatro meses de retraso!

En mi cabeza rondaban dos preocupaciones: el clima que me encontraría en el sur a mi llegada; y la seguridad pedaleando por la Ruta 3. Hasta el momento había dormido en muchas ocasiones en las estaciones de bomberos con lo que conocí a varios bomberos que se hicieron amigos y se interesaron por mi aventura. Las palabras de uno de ellos me hizo tomar una decisión: «Por favor, ve con mucho cuidado, no queremos recibir una llamada para ir a recogerte en la carretera, como ya ha pasado con otros».

Decidí hacer unos tramos en bicicleta y otros haciendo autostop. Me encontré que al ir acompañado de mi bicicleta (a la que, por cierto, todavía no he puesto nombre…), era difícil conseguir que alguien se parara. Menos mal que siempre había algún conductor dispuesto a hacer un hueco entre su carga. De Buenos Aires hasta Ushuaia recorrí 3.250 km: 70 en tren; 1.666 haciendo autostop y 1.514 en bicicleta. Not bad!

¡Y qué cómoda viajó la bicicleta en la parte de atrás del camión!
En una de las veces, la bicicleta viajó debajo de un camión.

En total me recogieron cuatro conductores de camión, con los que me lo pasé genial y con los que pude conocer de cerca su peculiar vida. Muchas horas en la carretera; horarios que cumplir y destinos a los que llegar… Todos masticaban hojas de coca para mantenerse despierto y algunos las mezclaban con bicarbonato para salivar. El mejor momento era aquel en que nos deteníamos, apagábamos el motor, abríamos uno de los cajones situados debajo del camión, sacábamos el hornillo y nos poníamos a cocinar un guiso. ¡Los camioneros sí que sabéis! 😉

En el camión de Sebastián, poniendo algunos temazos.

Hasta llegar a Río Gallegos, ya en la Patagonia, pude disfrutar de varias invitaciones de desconocidos: a la salida de Tandil un hombre me invitó a casa de su hermano, Mario, en las Grutas, donde pasé dos noches con su estupenda familia. Más al Sur, en Trelew, mientras hacía fotos al dinosaurio gigante que da la bienvenida al pueblo, conocí a Adrián, que me invitó a su casa y me ofreció una suculenta cena. Y en todas las paradas seguíamos el ritual: mate, asado, cerveza y pizza.

¡Im-prezionante!

Lo he resumido mucho para no cansaros con mis andanzas, pero en total me costó 23 días (y 2.700 km) llegar a Río Gallegos, desde Tandil. En adelante me había propuesta avanzar en bicicleta hasta llegar al ansiado, y frío, fin del mundo. En una de los noches siguientes, a unos 60 km de la frontera con Chile, me dispuse a dormir en mi tienda de campaña, que había montado en un huequito de un control policial. ¡En cuanto el Sol se escondió la temperatura cayó en picado! Además, al avanzar tan rápidamente hacia el sur mi cuerpo no tuvo tiempo de adaptarse. Bendito saco, bendita ropa térmica, ¡y benditos dos calcetines! Aquella noche el frío no me dejó dormir, pero estaba tan cerca de Ushuaia que, posiblemente, ni a 23 °C hubiera pegado ojo. ¡Estaba lleno de ilusión!

A la mañana siguiente pasé el control fronterizo con Chile y a los pocos metros de la frontera, un coche se paró a mi lado. Era una familia argentina la mar de simpática, residentes en Ushuaia. Me invitaron a su casa y me dieron su teléfono por si en algún momento dado, o al llegar a Ushuaia, necesitaba algo. Nos despedimos y continué con mi camino, un poco más tranquilo sabiendo que había alguien esperándome en el fin del mundo.

Algunos árboles al llegar a Tierra del Fuego.

Por aquellos días de febrero se acercaba mi cumpleaños. Había planificado las etapas para pasarlo en Cerro Sombrero, un pueblo pequeño donde me permitían acampar al lado del punto de información, había duchas de agua caliente, conexión a Internet y un lugar donde comprar comida. ¡Todo lo que necesitaba para pasar un cumpleaños perfecto! Cuando llegué a Cerro Sombrero conocí a Barbara y Sibylle, dos alemanas que viajaban por Sudamérica en su caravana. Enseguida me invitaron a cenar: botella de vino chileno, ensalada, pasta y muchas risas. ¡Una celebración que ni soñada!

Continué mi camino pedaleando hacia el sur. El paisaje empezaba a cambiar, poco a poco la carretera se iba ondulando e iban apareciendo árboles que me permitían acampar protegido del intenso viento patagónico. Después de tanto tiempo pedaleando en llano, avistar montañas, y además nevadas, fue algo muy especial. Sentí como si algo bueno fuera a comenzar, algo bueno y muy, muy interesante.

Primeras montañas nevadas llegando a Ushuaia.

Y casi sin esperarlo, al girar una curva entre unas montañas, apareció de repente un letrero gigante que daba la bienvenida a Ushuaia. ¡Guau! Lo había conseguido. Había sobrevivido al frío, al viento, a los coches y a los 3.000 kilómetros. Estaba pletórico. Y quedaba lo mejor. Encontrar a los que iban a ser durante unos días mi nueva familia en Ushuaia.

¡Hola fin del mundo!

 


Comentarios

  1. Ferram k contenta de leer tus relatos dela buena gente k te vas encontrado. Que Dios te proteja y bendiciones para todos la gente k vas encontrando en tu camino. Un abrazo.

    1. De momento la gente es buena, ¡sin excepciones! 🙂

  2. Ferran es fantástico todo lo que cuentas y la gente que conoces, que bien! Vaya aventura! Que sigas así de bien y explicando tu experiencia, pues nos lo haces pasar muy bien a nosotros. Que sigas así de bien, me alegro mucho!Soy una amiga de tus padres.Un abrazo.Carmen.

  3. Dear Ferran,
    life on wheels seems to be more and more adventurous!! You crossed my mind yesterday while i was biking around and i decided to find you… in the clouds…and here you are… already in Ushuaia.. with the same smile!!
    I got myself a more serious bike now and i have been biking a little more…. more but within my town… ok!
    Here is a strong thought of you. enjoy the road, nature and the people who cross your path..

  4. Ferran que lindo poder encontrarte después de tanto tiempo!!! Espero que estés genial la verdad nos quedaron las fotos de tu paso por Ushuaia!! Soy Antonela!!!! Bendiciones

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