Los días antes de cruzar Paraguay me sentía expectante: era la primera vez que cruzaba una frontera en Sudamérica y, durante los días de pedaleo por Brasil me habían hablado mucho de Paraguay. Sobre todo me dijeron que era bastante pobre. No sabía muy bien qué me iba a encontrar así que me preparé para todo tipo de situaciones.
Llegué a Guaira, y desde allí me dirigí a Salto de Guaira cruzando el río Paraná, en una balsa junto a otros pasajeros de Brasil y Paraguay. Atravesamos lo que hace años habían sido los Saltos de Guaira, desaparecidos a causa de la construcción de la presa de Itaipú. Al llegar a la orilla, ya en territorio paraguayo, una señora señaló a una familia que estaba lavando ropa en el río y balbuceó algo señalando lo pobres que parecían… Ya en Salto de Guaira no me encontré ningún tipo de control; tuve que ir a la búsqueda de la oficina de inmigración para obtener mi sello de entrada al país. Las primeras sensaciones fueron muy extrañas. Lo primero, el idioma; era el primer país que visitaba en el que se hablaba español; ¡entender a la gente me parecía muy raro!
A la salida de immigración, ya con el sello de entrada, un hombre en moto empezó a preguntarme sobre mi viaje, estuvimos un rato hablando y me dio una tarjeta: era peluquero («el Neginho») y me dijo que si pasaba por Katueté me cortaba el pelo gratis. No sé si me lo dijo porque se había quedado realmente maravillado con mi viaje o por los pelos que debía de llevar.
En Salto de Guaira una serie de circunstancias me hicieron conocer a Patxi, un español que se acababa de casar. Me invitó a comer a su casa, y al final me dio de cenar también y me alojó. Al día siguiente, después de pedalear 33 km llegué a La Paloma, y Vicente, un trabajador del BBVA que conocí en Salto de Guaira me invitó a pasar un día con su familia. Por supuesto me alimentaron y me hospedaron. Y así se sucedió un día tras otro en Paraguay. No monté la tienda ninguna noche, en cada pueblo había alguien esperándome para acogerme. Era increíble.
Espeto para el asado paraguayo que me ofreció la familia de Vicente en su casa de la Paloma.
Los bomberos que conocí semanas atrás en Guaira (Brasil) me pusieron en contacto con un club ciclista de Katueté. Al llegar me recibieron, me alojaron, me invitaron a comer y me llevaron con la bicicleta a conocer los caminos de alrededor de su pueblo. ¡Ah! Y aproveché para visitar a mi amigo el peluquero Neginho :). Mis nuevos amigos de Katueté me dieron contactos de varias personas en Paraguay para que yo parara donde quisiera y pidiera lo que necesitara.
De ruta por los campos alrededor de Katueté con el grupo ciclista de la ciudad.
La penúltima parada antes de llegar a Ciudad del Este era San Alberto; ahí me esperaba Rothman y todo su equipo. Me recibieron con una buena cena y además me regalaron toda una equipación de ciclismo para que continuara mi viaje de estreno. Y no acabaron ahí, para animarme me prepararon una salida como si de una carrera se tratase.
Con parte del equipo de Rothman en el taller (sí, con el pelo recién cortado).
Con otra parte del equipo de Rothmans en San Alberto.
Crucé la llamada «Supercarretera» con el objetivo de llegar a Iguazú lo antes posible. Y me encontré un área nada representativa de lo que es Paraguay: tal como me explicaron, esta zona había sido deforestada por los brasileños para cultivar soja. Brasil es el dueño de las grandes empresas de cultivo, y tienen tanto poder que han conseguido que el idioma predominante sea el portugués, en lugar del guaraní o el castellano, como en el resto de Paraguay.
Después de cinco días y 300 km recorridos llegué a Ciudad del Este, una ciudad esencialmente llena de comercios y servicios; repleta de casas de cambios y comercios (o shoppings) por todas partes. Los precios se indicaban en dólares americanos, y debido a las altas tasas de los países vecinos, la ciudad se encontraba repleta de latinoamericanos comprando productos de electrónica y ropa. Allí me esperaba Robert, con quien había contactado a través de Warmshowers. Robert era un entusiasta anfitrión; recibía tantos viajeros que en el patio trasero de su casa había habilitado una habitación con literas y un lavabo, exclusivo para viajeros.
Los últimos días en Paraguay los pasé en Ciudad del Este y, a excepción de los puestos callejeros de comida y los autobuses con decoración barroca, acabé de confirmar que no había visto el verdadero Paraguay: casi no escuché el idioma guaraní y todo lo que ví era una extensión de lo que había visto en Brasil. La primera impresión que tuve en Salto de Guaira se esfumó al elegir pedalear por la Supercarretera. Bad choice!
Discreto autobús en Ciudad del Este.