De África a Sudámerica en 8 horas

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Hace tres meses aterricé en el Aeropuerto Internacional de São Paulo-Guarulhos, en Brasil, totalmente desubicado. En aquel momento llevaba 14 meses en África, viviendo los cambios a la velocidad que me permitía mi bicicleta. Y en tal solo 8 horas había llegado a un continente nuevo, a una ciudad de 12 millones de habitantes y a un país casi 17 veces más grande que España. Todo era nuevo para mí, no se parecía absolutamente en nada a lo que había estado viendo durante los últimos meses, y sobre todo, ¡durante el día anterior! Estaba acostumbrado a cocer las vivencias a fuego lento; y el viaje en avión había sido para mí casi un viaje al futuro. La velocidad del cambio no me dejó asimilarlo.

Recuerdo sentirme como si viajara por primera vez en bicicleta. Mi andadura en el continente americano empezó en São Paulo, desde donde recorrí la costa de Brasil hasta Río de Janeiro, con un cierto de sentimiento de inseguridad: no conocía las carreteras, cómo me iban a recibir o qué sitios serían los más seguros para dormir. A pesar de mis miedos a lo desconocido, pude disfrutar de ciudades muy especiales como Ubatuba o Paraty ―hasta me quedé una semana en Ilha Grande, alucinando con sus playas de anuncio.

Acampando en las playas del litoral Norte de São Paulo

Llegué a Río de Janeiro con la idea de estar unos cuatro o cinco días, pero me sentí tan a gusto que al final me quedé dos semanas. ¡Todo un descubrimiento! Me escapé de las zonas turísticas para vivir la vida en la ciudad como un carioca más. Me enamoré del barrio de Santa Teresa, con su pequeño tranvía, y disfruté bailando y escuchando samba en directo, en la histórica calle Pedra do Sal.

Mural en la Parada del Bondi, que conecta el centro con el barrio de Santa Teresa.

Después de dos semanas, un día de intensa lluvia decidí partir. Me pareció que Río estaba triste, pero era yo. Me despedí de todos las personas que hicieron que me enamorara de esa ciudad gigante y salí de la ciudad en tren en dirección a Paraguay. El tren me dejó en Paracambi, a 80 km del centro de Río, donde ya podría pedalear tranquilo.

A medida que recorría un kilómetro tras otro, todo empezó a cambiar: desaparecieron los turistas y los brasileños y brasileñas con los que me cruzaba se interesaban por mi viaje y no dudaban en dejar lo que hacían para charlar un rato conmigo. Los paisajes iban cambiando mientras cruzaba los estados de Río de Janeiro, Minas Gerais y Paraná. Cada vez había más distancia entre los pueblos y subir y bajar montañas se convirtió en mi rutina, acompañada por días de sol y lluvias. Me habían avisado que los brasileños no eran nada tacaños y que era de lo más normal que te invitaran a comer en cualquier sitio. ¡Y lo comprobé! Entraba en los restaurantes, me preguntaban por el viaje, y me invitaban al preguntarles el precio del menú o el bufé. ¡Y eso que les avisaba que yo comía mucho! 😋 En el pueblo de Guiara tuve uno de los recibimientos más increíbles: el equipo de bomberos al completo me recibió como si fuera uno más. ¡Fue emocionante!

Aquí, con el cuerpo 😎

En Brasil la mayoría de sus habitantes son hijos y nietos de italianos, alemanes, polacos, portugueses, españoles o ucranianos… Europeos que emigraron huyendo de los horrores de la Primera Guerra Mundial, muchos de ellos atravesando el inmenso océano dentro de los bidones que transportaban los barcos. Brasil los acogió con calidez y les brindó oportunidades para vivir mejor; ahora ellos han recogido el testigo y acogen al visitante, al viajero, al recién llegado con los brazos abiertos. Para tomar nota.


Comentarios

  1. Ferran, ahora es como empezar otra aventura: nuevo continente, nuevas culturas, nuevas costumbres…, pero al final todos somos personas alegrias y penas. Vaya no sigo, jajaja. Un abrazo.

  2. Ferran , por lo que veo vas a llegar hasta El cabo de Hornos, si es asi ya comentaras si se oye como dicen el murmullo de las marejadas y se puede disfrutar de un firmamento limpio y estrellas claras

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